Juicio al autor

A partir de algunos debates e incluso discusiones que he presenciado últimamente en relación a algunas práctica fotográficas, tengo la sensación de haber llegado a una conclusión que voy a intentar explicar con este texto. Son debates que giran entorno al punto de vista, orientación política, la ética y la moral de propio autor. Y suelen ser fotógrafos cercanos a esa deformada etiqueta llamada documental o nuevo documental.

Son conocidos los reproches a la foto de la niña somalí del fotógrafo sudafricano Kevin Carter. Es un trabajo que se encuadra en cualquier caso dentro del marco del fotoperiodismo más clásico y humanista, en el que la crítica se centra no tanto en la subjetividad del autor, ya que se le presupone comprometido con la causa, sino con el proceso de trabajo que ha llevado a cabo para conseguir la foto. A Carter se le criticó que sacase la foto de lo que aparentemente era una niña desnutrida y moribunda a punto de ser devorada por un buitre, en vez de haber tirado su cámara y haberla ayudado a escapar de las garras del carroñero... Más tarde se demostró que se trataba de un niño y no niña, y recordemos que desde algunos puntos de vista, como por ejemplo el humanismo que suele representar a la mujer como mera procreadora, esto aporta un plus de debilidad. La postura no era tal porque se estuviese muriendo en ese mismo instante, sino porque estaba defecando. El niño estaba muy malnutrido sí, pero a diferencia de los miles de niños que murieron en aquellas hambrunas somalíes, estaba siendo tratado para mejorar su salud tal y como la pulserita que lleva en la muñeca indica, cosa que consiguió ya que vivió unos cuantos años más. Y para acabar el buitre estaba ahí no tanto para comerse a los moribundos, sino para escarbar entre la basura del centro de alimentación en el que se sacó la foto.

Cuando a Carter se le enjuició públicamente (dejando de lado su posterior suicidio que el cine no tardó en intentar rentabilizar) se hizo desde el punto de vista de la fotografía como verdad inalienable. La foto muestra a una niña que se muere y un buitre que se la va a comer y punto. No se planteó la posibilidad de la fotografía como una herramienta simbólica que lanza mensajes de gran impacto en la sociedad más allá de su veracidad. Han tenido que pasar unos cuantos años hasta que, entre las explicaciones de otros fotógrafos presentes en el momento de la captura y las averiguaciones de periodistas del diario El Mundo, nos diésemos cuenta de que a pesar de que el dichoso buitre no se la comiese, esa y otras imágenes como las de McCullin en Biafra, crearon símbolos sobre el hambre en países africanos que ayudaron en gran medida a la concienciación social sobre el tema.


Nine-year-old albino boy clutching an empty corned beef tin,
Biafra (1969) © Don McCullin / Contact Press Images

Como ya sabemos, todo cambia con la llegada de la fotografía digital, su integración en los teléfonos móviles y su ubicua itinerancia a través de Internet. Todo el mundo saca fotos y las comparte. Es decir, todo el mundo ha experimentado en mayor o menor medida con los procesos fotográficos y también ha juzgado sus imágenes antes de mostrarlas. Hoy todo hijo de vecino ha vivido momentos  (aunque la mayoría no haya comprendido el porqué) en los que por ejemplo el flash del móvil es incapaz de iluminar un paisaje nocturno, un rostro aparece oscuro en un retrato cuando el sol está justo detrás del retratado o en un interior sin flash todo aparece movido y de color rojizo-anaranjado. Y claro, cuando esas fotos las han querido subir a Facebook, Twitter o Instagram, todos han juzgado cual les gusta más (aunque la mayoría no haya comprendido el porqué) y algunos incluso las han reencuadrado, pasado por un filtro o añadido un marco (aunque la mayoría no haya entendido el porqué). Es decir, que aunque la mayoría no haya entendido el porqué, hoy todos sabemos que la fotografía no es una representación pura y directa de la realidad, sino que en la creación de imágenes intervienen factores determinados por las condiciones de la escena, de la tecnología y del propio fotógrafo, cosa que antes generalmente solo los fotógrafos sabíamos. Y no hablo solo de esa idea de que todo está retocado, sino de la duda ante la propia toma más allá de que esta parezca postproducida o no.

Buen ejemplo de ello son las recientes protestas públicas frente a las típicas fotos de antes y después, surgidas a partir del post titulado “Seduced by the Illusion: The Truth About Transformation Photos ” publicado en un blog de uno de los medios más masivos de EEUU, como es el Huffington Post. En él, su autor, un entrenador personal llamado Andrew Dixon, desgrana y demuestra como en cuestión de una hora, con la ayuda de su novia y muy pocos conocimientos de técnica fotográfica, es capaz de hacer dos fotos en las que primero parece estar fuera de forma, para acto seguido aparentar ser un hombre musculoso.

“I was feeling particularly bloated on the day, so I asked my girlfriend to take a before shot. I then shaved my head, face and chest and prepared for the after shot, which was about an hour after I took the before shot. I did a few push ups and chin ups, tweaked my bedroom lighting, sucked in, tightened my abs and BOOM! We got our after shot.”

 

Su post acaba con un elocuente “Is all smoke and mirrors”...



A pesar de que algunos aún se resisten, la mayoría de fotógrafos ya conocíamos los ángulos muertos de la mecánica y la representación de la fotografía. La gran novedad aquí es que muy pronto todo el mundo va a ser consciente de ellos. Este entrenador personal (como no, la representación del cuerpo y la identidad siempre enredando con la fotografía) ha destapado con abrumadora facilidad el poder simbólico que tiene la fotografía más allá de la veracidad, y como este puede ser utilizado, en el caso de las dietas-milagro, con fines poco edificantes.

Esta grieta abre un camino que más arriba revindicaba cuando hablaba del caso de Kevin Carter. Si todo el mundo es ya capaz de pensar que, a pesar de que en la foto parezca que el buitre se va a comer a la niña, esto no tiene porque ser del todo cierto, ya no juzgaremos la actitud del fotógrafo en relación a la escena real (el porqué no ayudo a la niña en vez de sacar la foto), sino que juzgaremos las motivaciones que le han llevado a construir ese símbolo y difundirlo como tal (el porqué Carter decidió ir allí, sacar esa foto de esa manera y difundirla). Ante una foto ya no pensaremos “estaba pasando esto y el fotógrafo sacó una foto”, sino que pensaremos “el fotógrafo ha creado esta imagen con esta connotaciones a partir de esto que ha sucedido”. Ese cambio implica empezar a juzgar al fotógrafo como autor consciente e intervencionista por parte del gran público.  No solo se juzgará su presencia en el lugar, sino también el como y porqué sacó la foto. Se analizarán sus decisiones, la manera en la que las llevó acabo y las opiniones personales que le empujaron a hacerlo.

Debates en torno al proceso fotográfico se desarrollarán más allá del circuito cerrado de los fotógrafos en el que anteriormente se habían enclaustrado. Se pueden encontrar muchos ejemplos, todos ellos discutibles, como por ejemplo la denominada estética del sufrimiento de Sebastiao Salgado, la acusación de machismo a Winogrand por su Woman are Beautiful, la brusquedad de Bruce Gilden, o más cerca en el tiempo y en el espacio, las protestas de racismo en Los Afronautas de Cristina de Middel o las dudas sobre la legitimidad del procesos de trabajo tanto de Txema Salvans, como de Mishka Henner o Joan Colom a la hora de fotografiar a prostitutas sin su conocimiento ni permiso. Son todos ellos debates legítimos que creo que se deben desarrollar y para los que cada autor suele, y a partir de ahora, debe tener una respuesta, ya que estoy convencido que las preguntas al respecto no van a parar de crecer.

Périphérique, 2007, dela serie Périphéries. Mohammed Bourouissa

Por otro lado, y que sirva como respiro, también hay que decir que nosotros como fotógrafos también podemos jugar con los prejuicios del espectador. Desde que el público tiene el ojo entrenado y el cerebro inundado por referencias venidas del cine, la televisión, las revistas, el comic, la prensa etc. esa referencias se han venido utilizando en el mundo del arte y la fotografía. Se pueden encontrar varios ejemplos de esa idea en los trabajos de algunos autores contemporáneos como la serie Peripheries de Mohammed Bourouissa, que se sitúa en las periferias deprimidas de París y está protagonizada por sus habitantes, pero que a pesar de seguir la estética de lo documental...finalmente son fotografías escenificadas. De esa manera Bourouissa saca a relucir los prejuicios que el espectador tiene inculcados gracias a los clichés de la propia fotografía documental, ya que ha emitido un juicio de valor sobre esas personas y esos lugares no por lo que realmente son esas imágenes (escenificaciones), sino por el mensaje que aparentan. Otros ejemplos de este tipo de planteamientos los encontramos en los trabajos de Mirko Martin en relación al cine y la ciudad de Los Angeles o en el de Daniel Mayritt en relación a Google Street View.

Para acabar, y volviendo al debate público sobre la ética del fotógrafo, resumiendo diría que si estamos de acuerdo en que pronto todo el mundo será capaz de descifrar las diferentes decisiones que se toman cuando sacamos una foto, y que ese proceso es y será siempre subjetivo, más nos vale acostumbrarnos a que se juzgue esa subjetividad, ya que la legitimidad del fotógrafo a hacer su trabajo por el mero hecho de serlo ya se ha derrumbado.