NUEVOS USOS Y RIESGOS DE LA FOTOGRAFIA

Este texto lo escribo como reacción al manifiesto que hace poco menos de un mes publicó en su web mi antigua compañera de estudios, amiga y fotógrafa a la que admiro, Iraida Lombardía, en el que se declaraba en huelga durante 1000 días (!). En este punto, creo imprescindible que os leáis el texto que aparece en la portada de su web.


Expresiones como “ecología de la imagen” o “bulimia icónica” ya las hemos leído y oído a otros teóricos y artistas (he tachado "bulimia icónica" porque la propia Iraida me apuntó que ese término no se lo debe a nadie, es de su propia cosecha), son ideas que llevan ya un tiempo sobre la mesa pero que, desde mi punto de vista, hasta hace poco nadie había intentado enfrentar de esta manera. Todos estamos de acuerdo cuando decimos que se hacen muchas fotos, que consumimos demasiadas fotos, que hay una sobresaturación fotográfica en la sociedad...pero sorprendentemente pocos se han planteado como pararla. Fontcuberta, que sería uno de los grandes faros a seguir en este tipo de cuestiones, se ha enfrentado a la excesiva exposición a imágenes que sufrimos proponiendo el reciclaje. En proyectos como los “Googlegramas” o “A través del espejo” desarrolla un discurso en el que la apropiación de imágenes y su reutilización han de ser consideradas como un gesto hacía la necesidad de reducir la creación de imágenes, con la idea de que así consumiremos también menos. Paradójicamente, ambos trabajos constan de cientos, sino miles, de fotos que como espectadores tenemos que digerir. Me pregunto, y no soy el único como demuestra este interesante artículo de Edgar Gómez Cruz y Elisenda Ardévol Piera, si esa no es una idea ya superada por el cambio que ha vivido el concepto de la autoría y de la creación fotográfica. En los últimos años hemos visto una gran revolución que ha afectado a todas y cada una de las partes que conforman esa práctica fotográfica. Empezando desde la realización y sus nuevas maneras de conceptualizar; como pueden ser la fotografía escenificada, el uso del archivo o la apropiación. Pasando por la realización; en cuanto a la aparición de la tecnología digital y sus nuevos tiempos, estéticas y calidades. Y acabando en la difusión y sus ilimitados territorios;  que es justamente el paso en el que me da la sensación que falla la teoría del “reciclaje fotográfico”. Si leemos los puntos tercero y cuarto del famoso manifiesto postfotográfico dice:

(...)
3º En la responsabilidad del artista: se impone una ecología de lo visual que penalizará la saturación y alentará el reciclaje.
4º En la función de las imágenes: prevalece la circulación y gestión de la imagen sobre el contenido de la imagen.
(...)

Cuanto más leo estos dos puntos, más me da la sensación que se contradicen sin solución. ¿Cómo puede ser que se imponga la ecología de lo visual penalizando la saturación y alentando el reciclaje, cuando acto seguido estamos diciendo que prevalecerá la circulación y la gestión de la imagen sobre el contenido de la misma? ¿La ecología no pasa obligatoriamente por buscar el mejor aprovechamiento de los recursos posible? ¿En nuestro caso, no creéis que si quisiésemos aplicar esa idea, además de reciclar imágenes, también deberíamos refinar su tráfico, reducir su visibilidad, intentar concentrar en una sola imagen todos los significados? ¿Y si aplicásemos el viejo refrán de “ojos que no ven, corazón que no siente” y a pesar de que se siguiesen haciendo los trillones de imágenes que se hacen a diario, solo pudiésemos ver unas pocas decenas al día? ¿No ayudaría eso a rebajar la saturación de imágenes en la que vivimos? 


Instances of Books Being Read (from home-decor and home-
improvement webistes and catalogs), 
2007 Penelope Umbrico


Todas esas preguntas me provocan la sensación de que autores como Penelope Umbrico o Joaquim Schmid han mal interpretado de alguna manera esa última parte del proceso fotográfico contemporáneo, donde entra en juego la itinerancia de las imágenes; ya que como solución al exceso proponen apropiarse de imágenes ajenas y volver a lanzarlas reinventadas, como si ello no fuese un acto de creación que, en definitiva, sumará una imagen más a ver, analizar y digerir; una imagen más a añadir al desbocado e ininterrumpido flujo de fotografías que nos rodea. A mi me han enseñado (o quizás he interiorizado) que el único proceso de apropiación válido es aquel que es en sí mismo un acto de creación, por lo tanto, a pesar de que se reutiliza una imagen, también se crea otra, por lo que no se ayuda a reducir la contaminación fotográfica, sino todo lo contrario, ya que de una sola imagen se crean y difunden dos significados y usos diferentes. Sospecho que el error, por parte de los que practican la reutilización, radica en la idea de que son los procesos de conceptualización y creación los que otorgan la autoría que el espectador identifica sumando una muesca más en el contador de imágenes consumidas. Y por eso me pregunto si ese proceso de identificación de imágenes ha pasado a mejor vida, y si no es la imagen en sí misma con los significados que transmite cuando llega hasta nuestro ojos la que nos llevan identificarla y asumirla. Es decir, nos saturan las imágenes que han sido pensadas, hechas y difundidas hasta llegar a nosotros y en las que identificamos la autoría en esos tres pasos. No nos afecta el hecho de que esa imagen haya sido utilizadas antes o no, ya hemos aceptado la apropiación, ya no es sinónimo de mesura, sino que casi de todo lo contrario. Si realmente queremos detener y ajustar esa sobreexplotación de la práctica fotográfica, no basta con perfeccionar las dos primeras fases, la de conceptualización y la de realización, también tenemos que hacerlo con la tercera, la de la difusión.

Puede parecer que esté proponiendo una idea de la práctica fotográfica aún mas extremista que la de los practicantes de la postfotografía, donde ya no solo no hay que hacer fotos, sino que tampoco hay que difundirlas. Nada más lejos de mi intención, con este texto solo quiero plantear una reflexión en torno a dicha problematica. A pesar de que estudio las propuestas y teorías de esta tendencia y las tengo como un claro referente para mi propio trabajo, quiero dejar claro que no puedo estar más en desacuerdo cuando dicen cosas como que “todo está ya fotografiado”. Tengo clarísimo que las mejores fotos, ya sean estás apropiadas, directas, analógicas o digitales, están por venir (sino no me dedicaría a esto). Las que están hechas ya las tenemos asumidas, y a no ser que el mundo se congele repentinamente y ya nada se mueva ni avance y vivamos suspendidos en el tiempo, creo que seguirá evolucionando de manera imprevisible, ofreciéndonos ideas, personas, lugares, estéticas etc. que ahora mismo ni siquiera somos capaces de imaginar, ni mucho menos fotografiar.

En cualquier caso, creo que todo ese exceso en la circulación de imágenes proviene de la excitación provocada por las posibilidades que ofrece la nueva tecnología digital. Estamos en la fase en la que, para ciertos autores, esa nueva tecnología es el fin en sí mismo, en vez de una herramienta más, cosa que sin duda acabará siendo. Por otro lado, existen otros autores que frente a la saturación, optan por la concentración y la destilación, o incluso por la omisión. Proyectos como “Photo Oportunities” de Corinne Vionett, el mencionado manifiesto de Iraida Lombardia, el libro “Photographs no taken” de Will Steacy editado por Daylight o el ejemplo que viene a continuación ya apuntan en esa dirección. Mientras escribía este texto, Elisabeth Tonnard, artista conocida por sus libros de fotografía y parte activa del interesantísimo colectivo Artist Books Cooperative, lanzó una invitación abierta a una “Invisible Party”, en la que se presentaba y vendía la segunda edición de “Invisible Book” por el módico precio de 0 euros. Para ello solo había que mandarle un email, cosa que hice en modo invisible ya que el texto del email que le envié decía simplemente “            “. Ella amablemente me reenvío el libro invisible y la factura que acreditaba su compra por email. Que creo que de manera mucho más irónica y divertida (cosa de la que me alegro mucho porque sino esto puede llegar a un punto teórico demasiado pedante, si es que no ha llegado ya...) ahonda también en la idea de no difundir más imágenes. 

Esta es la factura que me envió Elisabeth Tonnard
junto al libro Invisible Book

¿Y porqué deberíamos reducir el consumo de imágenes? Este último año he llegado a la conclusión de que entre mis alumnos, a los que tampoco saco mucha diferencia de edad, 10-15 años máximo, y yo existe una grandísima diferencia en cuanto a como realizan, analizan y presentan su trabajo. Tengo la sensación de que a las nuevas generaciones el proceso de trabajo fotográfico, la fase evolutiva, la formula de prueba y error, la sienten extraña. Parece que han interiorizado y asumido un rápido y concatenado gesto que incluye: 

1 Sacar la foto
2 Mirarla
3 Guardarla si te gusta o borrarla en caso contrario
4 Sacar otra foto y volver a empezar cuanto antes

No se preguntan porqué esa imagen no funciona, no analizan el error y por lo tanto no sacan conclusiones del mismo; simplemente lo borran hasta que tras miles y miles de errores después consiguen de manera más o menos casual aquello que buscaban, y quizás, con suerte, adivinan como y porque lo han logrado. Creo que en ese sentido el entorno fotográfico tampoco ayuda, ya que a veces da la sensación que todo estudiante de fotografía tiene que ganar un premio o ser seleccionado para una exposición incluso antes de que acabe sus estudios. Hay que presentarse a todos los concursos, hay que aplicar a todas las becas, hay que hacer todos los talleres, hay que publicar libros...incluso parece que este carrera de locos ya se ha cobrado alguna víctima. Así es como he notado que la mayoría de mis alumnos han llegado, queriendo mostrar solo fotos buenas en clase, sin entender que si ya sacan las fotos que quieren sacar, en realidad no necesitarían venir a la escuela. He intentado (yo tengo la sensación de haberlo conseguido con algunos, aunque solo ellos sabrán si es así) cambiar ese miedo al error, rebajar ese ansia por llegar sin recorrer el camino explicándoles algo tan manido y tan simple como que se aprende más de los fracasos que de los éxitos. Es justamente a la hora de intentar entender el porqué de ese gesto instintivo de borrar la foto mala sin pararse a analizarla, cuando he encontrado la respuesta a la pregunta que planteaba al principio del párrafo: ¿por qué deberíamos reducir el consumo de imágenes? Viendo lo visto, respondería que porque hoy hacemos y vemos tantas fotos que ya casi no tenemos tiempo para analizarlas y asumirlas, porque preferimos disparar y disparar y disparar antes que pararnos a diseccionar, saborear, interiorizar y reflexionar. Porque creo que, y especialmente en el caso de las generaciones más jóvenes que se quieren dedicar a esto, corremos el riesgo de banalizar la imagen, convirtiéndola en una superficie por la que simplemente nos deslizamos, desaprovechando la oportunidad de adentrarnos en sus profundidades.


PD: Por si no habéis tenido suficiente con esto, deciros que hace poco escribí otra entrada sobre libros de fotografía (creo que mucho menos densa y más entretenida que esta) en el blog de los compañeros de BSide Books que os invito a leer aquí.