REFLEXIÓN DE URGENCIA

Abro Facebook y su publicidad sugerida me ofrece la noticia de un asesinato grabado en directo publicada por la página del diario La Vanguardia acompañada de emoticonos. Sin pensarlo hago click y veo como ésta misma tarde, hace pocos minutos, en un punto lejano del planeta, un hombre ha matado a otro a tiros durante una rueda de prensa con cámaras de fotos y televisión presentes. Los emoticonos que ha utilizado el comunity manager para tratar de atraer visitantes a su web me indignan. Hago un pantallazo y lo cuelgo en la misma red social cuyo algoritmo ha calculado que puedo ser un potencial cliente de La Vanguardia (y donde enlazaré este mismo texto en cuanto lo acabe).



Sigo haciendo scroll y comparto la excitación de la comunidad fotográfica que me rodea en el espacio online en torno a una fotografía creada instantes después del asesinato alabando la valentía del fotógrafo, el poder icónico de la imagen, sus ramificaciones algorítmicas y todo tipo de comentarios sin mostrar ningún atisbo de consideración en relación a las dos personas asesinadas (el tirador también ha sido abatido, su cuerpo ensangrentado fotografiado y la imagen distribuida por las redes sociales mientras escribo).



Llegados a este punto no niego la necesidad de discutir sobre las imágenes, especialmente sobre aquellas más trascendentales. Pero me cuestiono esta especie de ansiedad nerviosa con la que las pretendemos analizar; yo el primero, es muy importante ser el primero. Sea cual sea el motivo de este evento, es clamorosamente obvio que se ha llevado a cabo ante las cámaras a conciencia. Parece que hemos adoptado con total naturalidad la fiebre del breaking news televisivo, olvidando sin rubor lo que gente como Ariella Azoulay nos ayudó a entender en torno a las relaciones de poder asimétrico que se crean entre fotógrafo, fotografiado y espectador, y sus consecuencias.

Me sorprende que mientras Facebook con sus videos en vivo o Instagram con sus "stories" ha sido capaz de adaptarse rápidamente a la nueva condición de la imagen iniciada por Snapchat, donde su valor ya no reside en su uso como herramienta de representación sino en su circulación e impacto en un constante presente continuo, aquellos que se supone que trabajamos con las imágenes aún las analicemos desde un punto de vista desfasado. Como puede ser que aún hoy, después de tantos y tantos eventos terribles y sangrientos realizados ya sea por gobiernos democráticamente elegidos como por grupos e individuos de fanatismos diversos con el único propósito de ser emitidos (que no documentados), aún tropecemos con la misma piedra.

No nos damos cuenta de que tanto los grupos que ejercen la violencia del poder y el contrapoder más desquiciado, como los conglomerados económico-tecnológicos nos llevan demasiada ventaja a aquellos que se supone que trabajamos y nos preocupamos por las imágenes. Situaciones como la sucedida hoy en Ankara nos enseñan que las imágenes no se realizan para enseñarnos como son las cosas, sino que las imágenes se han convertido en cosas en si mismas.

Dejemos de analizar la capacidad evocadora de una fotografía, su cuidada composición o su relación con tal o cual referencia anterior, porque mientras lo hacemos su valor no para de crecer en otras direcciones. Seamos especialmente cautelosos a la hora de incentivar su circulación y el impacto que pueden causar en una sociedad que vive en una permanente y ansiosa hiperconexión visual, ya que inadvertidamente estaremos alimentando algoritmos que sirven a poderes económicos y políticos de diferente índole. En esta también ansiosa y contradictoria reflexión de urgencia, no abogo por la autocensura, sino por una indispensable actualización del uso crítico y consciente de las imágenes. Al menos por parte de aquellos que queremos tener una compresión profunda de ellas.

Mientras busco imágenes que ilustren este texto el dichoso algoritmo de Facebook pita. Hago click en la pestaña y me entero de que un amigo está a salvo en los sangrientos "eventos sucedidos en Berlín". Por una vez el automatismo parece querer avisarme de algo realmente útil, de que las imágenes ya no solo ilustran.