La Postfotografía Constructiva

Este es el guión que escribí como introducción a la mesa redonda en la que participé junto a Laia Abril y Roc Herms con motivo de la exposición From Here On, que tras inaugurarse en el festival Les Recontres D'Arles e itinerar a Amberes, se puede visitar en el Centre Arts Santa Mónica en Barcelona hasta el próximo 13 de abril.


Voy a aprovechar que mi posición en relación a esta exposición es diferente a la mayoría de los que han pasado por esta mesa durante estos días, ya que (lamentablemente para mi) ni soy parte del equipo de comisarios, ni artista participante. Teniendo en cuenta que los comisarios ya han descrito varias veces cual es hilo conductor con el que han tejido su propuesta y por tanto, ya han explicado qué es la postfotografía, he llegado a la conclusión de que resultará más interesante para todo el mundo si me centro en intentar explicar de una manera crítica y analítica el proceso que les ha traído tanto a ellos como a los artistas que forman parte de esta exposición (especialmente los dos que hoy me acompañan, Roc Herms y Laia Abril), hasta aquí.

Desde que Niepce consiguió manchar una placa de metal con algo parecido a un paisaje desde su ventana hasta hoy, la historia de la fotografía se podría dividir en tres grandes bloques. El primero iría desde su nacimiento hasta la vanguardias, el segundo desde las vanguardias hasta la aparición de la tecnología digital e Internet, y el tercero sería el que viene de ahora en adelante.


Manifiesto de la exposición From Here On.

Aunque no quiero entretenerme viajando demasiado atrás en el tiempo, si que creo que es muy importante resaltar el gran avance que vivió la fotografía desde mediados de los 50s en adelante, claramente influenciada por la aparición de los mass-media, el Pop Art o exposiciones como Pictures. La aceptación de autores como Cindy Sherman o Jeff Wall y sus reivindicación de la escenificación, o la de los artistas Andy Warhol o Richard Prince con las de la apropiación, nos permitieron asumir que a pesar de que una fotografía fuese teatralizada o recontextualizada, ciertos sectores del arte empezaban a ser capaces de leer sus códigos y entender su mensaje. Ese paso suponía aceptar que la cultura visual del espectador había subido un peldaño, que los fotógrafos ya no solo ofrecían “una ventana por la que ver el mundo”, sino que a raíz de la llegada de la televisión, las revistas ilustradas,  el cómic, el cine o la publicidad, el público entendía y asumía los códigos de la escenificación o de la apropiación, y por tanto el fotógrafo podía organizarlos a su antojo en una imagen preconcebida. Además de aquellos que utilizaban “la ventana por la que ver el mundo”, aparecieron autores que conjugando los diferentes signos adquiridos a través de los diferentes medios de comunicación de masas, eran capaces de recrearlos y escenificarlos sin provocar ningún problema digestivo.

Después llegó la fotografía digital abaratando los costes y simplificando la técnica hasta rozar el absurdo. Cuando los fotógrafos autodenominados “profesionales” ya se empezaban a rasgar las vestiduras porque esa tecnología permitía a todo el mundo tener una cámara, la cosa incluso fue más allá al incrustarse estas en los teléfonos móviles, ya que es a partir de ese momento cuando ni tan siquiera hace falta comprarlas por separado. No significan un objeto más a acarrear y además permiten compartir esas imágenes de manera instantánea; ha llegado Internet.

Tal y como demuestra esta exposición, especialmente el trabajo de Penélope Umbrico, destacada pionera de la postfotografía, una de las características más importantes de la fotografía hoy en día es que se ha convertido en un flujo que crece exponencialmente y que es alimentado por millones de personas a diario. Este hecho irrefutable implica al menos dos grande cambios: por un lado que el estatus de generador de imágenes se ha generalizado y democratizado, y por otro, que el uso de la fotografía por parte de la gran masa ha mutado desde la captura de los hitos biográficos, hacia su integración como parte activa de la vida de las personas. Ya no sacamos la cámara solo en los cumpleaños, bodas, bautizos y vacaciones. La utilizamos a diario para comunicarnos como un lenguaje que va más allá de la palabra. Hoy en día se hacen y suben a Internet más fotografías en un día de las que se habían hecho en los 150 años de historia de la fotografía anteriores. La evolución en Internet ha ido desde blogs con escritos en principio cortos en relación a lo que acostumbraba ser un escrito en papel, a Fecebook con textos mucho más concentrados, a Twitter reduciendo aún más su extensión hasta los 140 caracteres,  hasta llegar a Instagram, donde el peso de la comunicación lo lleva directamente la imagen. Creo que todos estos datos demuestran el histórico, abrupto e inevitable cambio de los usos del medio en todos sus escalafones y disciplinas. El uso diario de la fotografía como lenguaje de expresión ya no es exclusivo de los autodenominados “profesionales” ni de los aficionados. Todo el mundo se expresa a través de la fotografía, pasando de ser una representación de la realidad, a ser parte muy activa y relevante de la misma. Esa circunstancia ha provocado un efecto dominó, ya que aquellos que utilizábamos la imagen en ese mismo contexto, nos hemos visto invadidos y nos encontramos en la necesidad de explorar nuevos y desconocidos caminos.

La instalación de "Sunset" de Penelope Umbrico en la Fundación Foto Colectania,
este trabajo forma parte de la exposición "Obra-Colección" que se puede visitar
hasta el 25 de mayo en dicha fundación.

Antes decía que en los 80 se empezaron a asumir y entender los códigos que construyen una imagen. Se pusieron en duda fotos míticas del documentalismo como la del miliciano de Capa, el beso de Doisneau o el levantamiento de la bandera de Iwo Yima. Si a esa capacidad crítica desarrollada principalmente por practicantes o estudiosos del medio, le sumamos la masificación digital, es perfectamente entendible que algunos de los autores que trabajan con la fotografía hayan redirigido su punto de vista hacia esa nueva realidad. Y si además coincide que algunos de esos espíritus críticos ya llevaban años rastreando la fotografía vernacular cuando esta solo se podía encontrar en álbumes familiares abandonados o revendidos en mercadillos, se explica perfectamente que Erik Kessels, Joachim Schmid, Joan Fontcubera o Martin Parr hayan sido los primeros en aceptar, celebrar y analizar ese nuevo fenómeno.

El equipo de comisarios que han desarrollado esta exposición han dirigido su mirada directa y exclusivamente a esa nueva realidad cuyo destino desconocemos. Prácticas como la apropiación, la escenificación o la tergiversación no les son para nada desconocidas y por lo tanto no se sienten incómodos a la hora de reivindicarlas como estrategias válidas para la fotografía, por mucho que los adalides de la ortodoxia documental los tachen de sacrílegos al ver como se tambalean sus cimientos. Todos ellos comparten un punto de vista común que se plantea en el decálogo postfotográfico de Fontcuberta publicado en La Vanguardia hace casi dos años, y que me permito resumir en cuatro puntos:

- La defensa del reciclaje de imágenes y la reivindicación del apropiacionismo.
- La disolución de la figura del autor con la de editor y curador.
- La llegada de lo lúdico y sencillo para dejar atrás lo costoso y pretencioso (cosa de la que me alegro personalmente).
- La disolución de los límites entre lo público y privado a través de la posibilidad de “compartir” que ofrece Internet hoy en día.

Hace un pocos de días, en esta misma sala, en una conferencia protagonizada por los comisarios que antes nombraba (a excepción de Parr) , alguien entre el público denunció la falta de tema en los trabajos expuestos. Esta postura es lógica en quién cree que la fotografía solo puede ser una herramienta de expresión y aún no ha asumido que, a día de hoy, es para algunos más interesante como tema de análisis en sí misma. Tal y como he explicado anteriormente, los comisarios de esta exposición llevan ventaja en ese sentido, por lo tanto celebran la nueva posibilidad de estudio e investigación de estas prácticas fotográficas inéditas con regocijo. Hay que tener en cuenta que esta exposición legitima esas estrategias hasta ahora juzgadas como menores y ataca abiertamente a otras más pretenciosas del establishment museístico incluyendo la de las copias gigantes, los libros de fotografía de serie limitada o los discursos intimo-poético-introspectivos de aquellos a los que yo con cariño e ironía denomino “los atormentados”. Y eso por no hablar de la fotografía documental, tanto nueva como clásica.

Aunque esa ventaja que tenían les ha situado en la punta de lanza a la hora de reivindicar esta nueva realidad, tengo la sensación de que al mismo tiempo también tiene sus inconvenientes. Todos ellos nacieron en una generación en la que el ordenador no era ni siquiera una posibilidad, vivieron la era pre-digital y por tanto, es normal que se alborocen al darse la vuelta a la tortilla. Como unos niños con zapatos nuevos que en vez de pensar en donde y como los van a poder utilizar, primero se centran en celebrar y analizar su llegada. Y aunque estoy convencido de que eran conscientes de que estaban dando menos importancia a aquellos autores que al mismo tiempo que se cuestionan el medio, son capaces de utilizarlo como herramienta, supongo que lo transcendente del cambio de paradigma les llevó a concentrarse en aquellos especialmente metafotográficos, una decisión que a pesar de lo que pueda parecer creo que es acertada. Ya que, vuelvo a repetir, creo que el cambio de paradigma lo merece.

El primer ordenador que llegó a mi casa era de marca Fujitsu, y diría que yo no tenía ni 14 años cuando empecé a utilizarlo. Los de mi generación somos los primeros nativos de la era digital y eso marca una diferencia. Roc Herms ha convivido con consolas y ordenadores desde pequeñito, ha jugado a rol, se le podría considerar un geek, un término totalmente ajeno a aquellos que no saben lo que fue una Sega Mega Drive. Aunque no hemos nacido con la fotografía digital e Internet a nuestro alrededor, si que muchos nos sentimos sentimentalmente unidos a la tecnología digital y a las pantallas, y por tanto no tenemos suficiente con cuestionarnos su aparición porque la sentimos propia y también queremos utilizarlas con un propósito concreto desde el principio. Como decía, Roc Herms es un nativo de la era digital y por eso no es de sorprender, que tal y como hizo en su día Edward S. Curtis con los nativos americanos, se haya embarcado en un inabarcable proyecto que consiste en documentar con un acercamiento ciertamente antropológico la vida de una comunidad concreta, en este caso intangible. Tal y como le sucedía a Curtis con el pictorialismo en su época, no es ajeno a la realidad del medio que emplea, la postfotografía, pero cuenta con la ventaja de poder cuestionarse el medio al mismo tiempo que lo emplea a la búsqueda de un objetivo o tema ya conocido y desarrollado por otros fotógrafos.



Edward S. Curtis al estilo pictorialista vs. Roc Herms al estilo Game Boy

Una imagen de una nativa americana tomada por Edward S. Curtis
vs.
una imagen de una nativa de PlayStation Home apropiada por Roc Herms

En el caso de Laia Abril, además del carácter generacional entra en juego otro factor de su biografía especialmente relevante en relación a la postfotografía. Hace pocos días me comentaba que a raíz de la exposición y de la charlas y conversaciones que hemos tenido estos días, por fin había conseguido reconciliarse consigo misma, ya que estas nuevas prácticas (como explicaba en uno de los puntos del resumen del decálogo de Fontcuberta) no sancionan la figura del editor, faceta que Abril ha compaginado con la realización de fotografías en la revista Colors desde hace varios años, sino que lo reivindican como autor. Esta nueva realidad le ha permitido superar de una vez por todas una lucha interna en la que Laia resistía acosada por un contexto fotográfico en el que el editor en ningún caso, debía ser considerado autor. Solo quiero apuntar que esta aceptación de su  doble capacidad como editora-creadora de imágenes sucedió hace pocos días, por lo que en el trabajo que presenta aquí aún se puede vislumbrar su lucha interna, ya que a pesar de apropiarse de imágenes cumpliendo la faceta la editora, aún necesitaba justificar su estatus de fotógrafa, dejando bien visibles aquellos signos que demostraban que ella había apretado algún botón en forma de reencuadres o texturas de la pantalla del ordenador que demostraban el uso de una cámara.


Captura de pantalla del blog de la revista Colors donde Laia Abril deja claro
que su relación con la edición viene de muy lejos.


Para acabar, solo me falta decir que la suma de la tecnología digital e Internet, sin olvidarnos tampoco de las costumbres de consumo y comunicación de la sociedad de hoy en día, han colocado a la fotografía en una posición en la que nunca antes había estado. Y aunque, como decía anteriormente, creo que la mayoría de los participantes en esta exposición solo se han centrado en representar el gran cambio de paradigma (la fotografía como motivo), tanto Roc Herms como Laia Abril sí que creo que han dado un paso más allá, buscando un nuevo espacio para los fotógrafos que ofrece algo más que su mera utilización práctica que ya desarrolla todo el mundo (la fotografía como herramienta), y han encontrado un nuevo, inexplorado y fértil espacio donde la fotografía es motivo y herramienta al mismo tiempo.


Quiero agradecer a los que, a pesar del mal tiempo, asistieron a la charla y participaron en la interesante conversación que se generó con el público. También quiero agradecer mi participación en las actividades paralelas de la exposición a Tanit Plana, ha sido un honor para mi poder ofrecer mi punto de vista en el marco de una muestra tan interesante e innovadora.

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